Tenemos una instantánea del momento. Observad su rostro de sorpresa al ser descubierto.
El Nino ha huído pies-para-que-os-quiero.
Pistas: siluetas doradas por las paredes del taller.

Había permanecido escondido en aquel tarro de tinta durante décadas. Al principio, todo lo veía muy negro, pero con el tiempo me fui adaptando. El medio líquido siempre me había parecido maravilloso y allí me quede, surcando el mar negro, chapoteando, buceando hasta tocar el frío cristal. De vez en cuando alguien sumergía una pluma en el tarro y yo jugueteaba a su alrededor; incluso, a veces, camuflado en ellas, salía al exterior para curiosear, en primicia, alguno de los versos de un poeta, los bocetos de algún principiante y cartas de amor y desamor, cotidianas y excepcionales, breves y espesas.
Algo se me ha pegado, porque ya me estoy enrollando.
Como os decía, no pude evitarlo y caí sobre el papel. Me estrellé contra él en medio de un goterón de tinta (estoy en la cuarta gota, si contáis la más grande).
¡Más cuidado!- pensé-. Alguien me había succionado, y allí estaba, desnudo ante los ojos de un cretino que se jactaba de haber tenido una brillante idea al dibujarme. Tontorrón, si yo ya existía, sólo me has colocado aquí... Pero no me oía.
Nino
Y Ninos apareció en nuestro taller, revolviéndolo todo: el orden, los colores, las ideas, el tiempo.
Y no había hecho más que empezar...