
Llegó exhausto, con el corazón lleno de costuras y una maleta roída de viajes alrededor de sí mismo.
Me interrogó como un detective a su sospechoso y le respondí sin miedo. Vacié todos los cajones de mi recuerdo y ahora siento que estoy más cerca de él, que nuestra amistad está mejor apuntalada.
- ¿Dónde está mi madre, Ninette?
Le conté que mi tía, su madre, huyó de una casa que se hacía pequeña, de la incomprensión de su marido, de un pasado demasiado forrado de lentejuelas...
- ¿Dónde está mi madre, Ninette?
Le dije que ella me escribía con una frecuencia matemática. Nunca descuidaba mis cumpleaños ni las fiestas de Navidad y que nos visitábamos una vez al año.
- ¿Dónde está mi madre, Ninette?
Le expliqué que ella estaba envejeciendo triste, con los ojos oscurecidos por la añoranza, con el gesto resignado.
- ¿Dónde está mi madre, Ninette?
Le mentí al decirle que siempre preguntaba por él. Ya no lo hacía, ya había perdido la esperanza de reencontrarlo.
- ¿Dónde está mi madre, Ninette? ¿Dónde está?