
- ¡Allí, allí! ¿Lo ves?- gritaban los padres a sus hijos.
- ¡Ese chico llegará agotado! – comentaban las madres.
Para casi todos era el primer zepelin que veían.
También para Bombis y Borombis, aunque su entusiasmo partía de otro motivo: por fin iban a ver a Nino. Tenían tantas preguntas que hacerle, tantas historias que escuchar, tal vez alguna confesión... los pensamientos se atropellaban dentro de sus cabezas: el taquillero, las cuestiones diplomáticas, el circo y Nina…
La gente se agolpó alrededor de aquel globo en cuanto tocó tierra. Su aterrizaje había sido algo turbulento, parecía que nadie comandaba el aparato.
Bombis y Borombis se abrían paso entre la gente; les resultaba dificil adelantar apenas algunos pasos. Diez minutos, tal vez quince, tardaron en llegar a primera línea y entonces tan sólo alcanzaron ver cómo una ambulancia que había encendido su sirena minutos antes, se alejaba.
- Pobre muchacho, estaba exhausto ahí estirado en la cesta. ¡Qué pálido! A saber cuánto tiempo habrá tardado en llegar aquí con ese trasto – escucharon decir a una mujer que estaba junto a ellas.
No, otra vez no. Nino estaba en aquella ambulancia, y San Petersburgo era tan grande…