
Dubrovnic nos recibió con luz y con una casa de puerta ancha. Frente a ella nosotras nos mirábamos como reconociéndonos en sus paredes. En el ayuntamiento nos indicaron que registradas con esos mismos apellidos aparecían dos personas, en el mismo tomo, en la misma página... Nina y Tina, hermanas gemelas hijas de un pescador y de una costurera.
El padre traía a la orilla los ejemplares más lustrosos del Adriático y la madre tejía con paciencia los nudos de las redes. Nina y Tina jugaban a imitarse la una a la otra y era como verse en un espejo. Tina canturreaba a todas horas melodías del mar y Nina bailaba a su alrededor de puntillas con un tutú cada una que su madre les tejió con hilo de pescar. Entretenían con su magnífica exhibición a vecinos y contertulios del bar de la esquina y la gente les aplaudía con aprobación y pensaban para sí que todo su talento no zarparía nunca de esa playa y que se ahogaría en la rutina de los días en la ciudad.
A Nina el destino le depararía una vida como la que soñó mientras que a Tina...
Frente al portón de la vieja casa, nos miramos la una a la otra. Bombis y Borombis... como Nina y Tina, como Dupond y Dupont, como Mortadelo y Filemón...