La noche tapa el cielo de la ciudad. Desde la terraza Bombis y Borombis contemplan una a una las estrellas que tapizan el cielo azul oscuro. Suspiran. Echan un vistazo al interior del taller y ven desfilar los carretes de hilo hacia el costurero en orden cromático, los botones ordenarse por número de agujeros, las lentejuelas atropelladamente apilarse en diminutos recipientes de cristal, las agujas zambullirse en blanditos soportes de espuma prensada, las láminas de fieltro doblarse una a otra, los lápices de colores tumbarse en sus camas adosadas dentro de una caja de metal, los acrílicos enroscar sus cabezas a los tapones cuidando no secarse durante la noche... Bombis y Borombis sonríen al comprobar que comparten espacio con tan laboriosos elementos, que son educadas y ágiles sus herramientas y que sienten mutuo respeto y cariño. Sólo piensan en la falta de alguien en ese trajín, sólo saben que si él estuviese aquí...
Un toc-toc les distrae de sus divagaciones en voz baja. Es la puerta de la calle. ¿Quién será a estas horas? ¿Quién puede necesitarlas entrada ya la noche?
Acuden ambas llenas de curiosidad. Al otro lado de la mirilla, silencio. Abren la puerta y sus ojos se llenan de lágrimas emocionadas. Es... es....


