11 julio, 2011

Tenía trece años


Tenía trece años. Correteaba de puntillas por toda la casa con sus zapatillas de ballet. Sonaba El Lago de los Cisnes a todas horas. El largo pasillo que habéis dejado atrás lo bailaba una y otra vez, sin apenas pisar el suelo. Llenaba de piruetas las calles de la ciudad. Y la playa. Hundía sus pies en la arena y ondeaba su cuerpecillo como las olas que dormían en la orilla.
Tenía un lugar secreto, un espacio privado en un pequeño cerro muy cerca de aquí. La frondosidad de una docena de árboles coronaban la cima haciendo un corro y en su centro, una pequeña pista de baile hecha de tierra fresca y pequeños matojos. Solía resguardarse de los ojos de los vecinos en ese claro y bailaba sin cesar, trepaba a las gruesas ramas para endurecer sus piernas y desarrollar la musculatura. Prometía que sus saltos ganaban en altura. Cuando se acercaba alguien, se encabullía tronco arriba y el claro se volvía oscuro de golpe, para esconderla, para protegerla.
Tenía trece años cuando pintaron su rostro acuarelado. Tres días más tarde, seguí su sombra hasta el claro, para reir, para asustarla, para divertirnos, para jugar. Mi presencia la impulsó árbol arriba pero una rama falló venciendo su cuerpo metros abajo.
Tenía trece años y tres días cuando perdió el ritmo de los pies, la danza, las alas.
Y todo por mi culpa.

Tina.

NINOS

Y Ninos apareció en nuestro taller, revolviéndolo todo: el orden, los colores, las ideas, el tiempo.
Y no había hecho más que empezar...